La oración es un fruto que evidencia la Gracia de Dios en la nueva vida del creyente.
1- A través de la oración, profundizamos la nueva relación con nuestro Padre (v. 14-15)
El apóstol Juan les señala a los hermanos del primer siglo que, puesto que ya eran hijos de Dios, podían comunicarse con él confiadamente. Esta seguridad y confianza nos ha sido otorgada por Cristo mismo (Ef. 3:12; Jn. 14:13). Pero la respuesta a nuestras peticiones, “en cualquiera cosa que pidamos” (v.15), está garantizada porque pedimos conforme a su voluntad, en su nombre, no para “gastar en nuestros deleites” (Stg. 4:3). Y su voluntad es que su nombre sea econocido.
2- A través de la oración, desarrollamos vínculos de amor con nuestra nueva familia (v. 16)
Nuestra reacción al pecado de nuestros hermanos debe ser la de orar por ellos. Debemos pedir que Dios les dé vida, no solo en sentido biológico o de vida eterna, sino en el de bendiciones espirituales, en el de plenitud de vida (Gál. 5:22-23; Jn. 10:10). Pero, si nuestros hermanos cometen pecado “de muerte”, esto es, un rechazo constante al Evangelio y al Reino de Dios, probablemente esto evidencie de que no es un verdadero creyente (véase 1 Juan 4:5; 2:18-19; 4:3). En este caso, no debemos pedir por vida para ellos, sino por conversión. ¿Cómo podremos pedir por las necesidades espirituales de nuestros hermanos si no pasamos tiempo con ellos y no los conocemos?
3- A través de la oración, vivimos un efectivo proceso de cambio hacia Dios (v. 17)
Si bien hay pecados que “no son de muerte”, Juan advierte que “toda injusticia es pecado”. ¿Cómo saber que algo es justo o injusto? La justicia se relaciona con la verdad y aquello que atenta o va en contra de la verdad, es injusto. Todo lo que apunte en otra dirección respecto a lo que el Dios de verdad ha establecido es injusticia, es pecado. Por tanto, debemos considerar la gravedad de cualquier pecado que cometamos y no minimizarlo.
Asimismo, debemos examinar nuestra vida bíblicamente. Si no usamos las Escrituras, evaluaremos las injusticias bajo nuestros criterios. El criterio debe ser siempre el de Dios, justo y veraz. Y, si hemos pecado, debemos: A) confesar nuestro pecado (Sal. 32:5), B) apartarnos de él (Pro. 28:13) y C) hacerlo morir (Rom. 8:13; Col. 3:5).
Aplicación
1- (v. 14-15) ¿Con cuánta frecuencia hablas con tu Padre? ¿Es una de tus metas diarias? ¿Con qué motivaciones le pides? Tus motivaciones, ¿le exaltan a Él y buscan que Él sea reconocido?
2- (v. 16) ¿Intencionas pasar tiempo con tus hermanos para identificar qué está sucediendo en sus vidas? Si observas pecado en ellos, ¿oras para que Dios les dé fruto espiritual, plenitud de vida? ¿Expresas tu amor a tus hermanos orando por ellos? Para mejorar en esto, puedes: 1) Identificar sus necesidades (durante oración pública, grupos pequeños, tiempo de social, reuniones informales…) y toma nota de ellas porque la memoria es frágil. 2) Clamar a Dios por ellos para que reciban la vida abundante de Cristo y toda situación que vivan la reconozcan como un medio para él sea anunciado. 3) Ser organizado y constante: listas de oración dividas para orar a lo largo de la semana puede ser una buena opción. También, privadamente, puedes comentarle a tu hermano que estás orando por él. De seguro, le animará.
3- (v. 17) ¿Minimizas la gravedad de algunos pecados? ¿Examinas tu corazón y tus acciones a luz de la Palabra de Dios o disciernes tus acciones según tus criterios? ¿Lo haces a diario? Si su Palabra dice que algo es injusto o pecado, debemos confesar, apartarnos y hacerlo morir.
